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 Clarín - Economía

La deuda pública nacional ya equivale al PBI de todo un año. El mensaje del Tesoro a Guzmán se alinea con el eje Biden: crear empleo privado

Subió desde el 35% que representaba en 2011, unos 64 puntos en 9 años.

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El ministro de Economía, Martín Guzmán encabeza la negociación con el FMI, al que la Argentina le debe más de US$ 44.000 millones. Foto Reuters.

La deuda pública interna y externa en pesos y en moneda extranjera, sumó al 30 de septiembre pasado US$ 332.247,5 millones, equivalente al 99,9% del Producto Interno Bruto, es decir del valor de mercado de la producción final de bienes y servicios del país durante un año.

En septiembre de 2019 sumaba U$S 311.251 millones, equivalente al 91,6% del PBI. Y en diciembre de 2019 era de U$S 323.064 millones, el 89,5% del Producto Bruto Interno.

Si se incluye lo que aún se adeuda por el cupón PBI, en 12 meses pasó de US$ 324.038 millones a US$ 345.479,6 millones y subió del al 95,4% al 100,7% del PBI.

Así, en proporción al PBI, en tan solo 10 años, la deuda pública total registra un impresionante curso ascendente: pasó del 35,9% en 2011 al 48,6% en 2015; al 89,5% en 2019 y 99,9% a septiembre de este año. Nada menos que un incremento de 64 puntos en 9 años.

Los números oficiales son de la Secretaria de Finanzas, difundido en las últimas horas.

En base a estas cifras oficiales, a pesar de la reestructuración efectuada hasta el momento, la deuda pública nacional –sin la de provincias y del BCRA– siguió en aumento tanto en dólares como en relación al tamaño de la economía.

Es que ese canje de deuda no modificó el total del capital adeudado sino el calendario de vencimientos, por la postergación en el pago tanto del capital como de los intereses reestructurados de una parte de lo adeudado.

Además en los últimos 10 años la actividad económica transitó por períodos de estancamiento, recesión, retroceso y este año, agravado por la pandemia, una fuerte caída del orden del 10% del PBI.

De los US$ 332.247,5 millones adeudados, el 76,18% es deuda contraída en moneda extranjera y el 23,18% en pesos, en una alta proporción ajustable por inflación.

Con los organismos internacionales, como el FMI, BID o Banco Mundial, la deuda asciende a US$ 69.226,7 millones, de los cuales US$ 44.923,6 millones son con el FMI, con los vencimientos concentrados entre 2021 y 2024. Y devengan en esos 4 años intereses por poco más de US$ 3.000 millones. Esta parte de la deuda está en proceso de negociación.

Con relación a las exportaciones, clave por el ingreso de las divisas, el deterioro también es significativo ya que la deuda en moneda extranjera pasó del 110,2% en 2011, al 212,6% en 2015, para alcanzar en septiembre de este año el récord del 356,4% por el efecto combinado de la mayor deuda y los menores volúmenes vendidos al exterior.

Lo mismo pasó por la caída de las reservas brutas del Banco Central. De representar la deuda en moneda extranjera en 2010 el 185,1% de las reservas brutas, en 2015 subió al 582,4%, para alcanzar en septiembre el récord del 605,8%.

El mensaje del Tesoro a Guzmán se alinea con el eje Biden: crear empleo privado

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En toda pieza diplomática, las palabras son cuidadosamente seleccionadas. Lo usual es que el mensaje contenga tanto una forma, de tipo protocolar, así como también un fondo, una suerte de metamensaje que establezca los contornos. La señal del subsecretario del Tesoro norteamericano al gobierno argentino cumple con esa premisa básica de la diplomacia. El apoyo de la gestión Biden a las negociaciones que la Argentina encara con el FMI y el Club de París llegará, todo parece indicar, pero bajo ciertas condiciones.

La forma del mensaje del funcionario estadounidense se alinea con uno de los dos ejes del billonario programa de reconstrucción económica que impulsa la nueva administración, el llamado American Jobs Plan.

Cuando apela a que mejoren las perspectivas de crecimiento del empleo privado argentino con un “marco sólido de política económica”, se está ajustando, en el sutil protocolo diplomático, a la propia agenda norteamericana, preocupada porque en su economía los puestos de trabajo de varias actividades de peso (construcción, manufacturas, comercio, turismo) aún no alcanzaron los niveles pre-COVID y la velocidad de su recuperación parece moderarse.

El uso de esa forma, de todos modos, no parece ingenuo, ya que se sabe que el empleo privado argentino está fatídicamente estancado en los 6 millones en los últimos diez años.

Pero subyacente al “argumento laboral”, detrás del protocolo y en el fondo del mensaje, aparece la más contundente apelación a un “sólido marco de política económica”. El objetivo que la administración Biden buscaría para la economía argentina requiere de una circularidad virtuosa y excedentaria de dólares que aún esta macro no puede ofrecer. En concreto, no hay condiciones para nuevos trabajos privados si no se invierte, y no se invierte porque prevalece la incertidumbre de reglas, y hay incertidumbre porque la macro no está ordenada y no puede generar los dólares suficientes para garantizar el repago de todas las deudas, y no existe una macro en orden porque la inflación es muy alta e incierta.

Sí, una vez más, la inflación como síntoma último de todos los desequilibrios, el obturador que imposibilita romper el círculo del estancamiento económico y social. En 2020 la pandemia y la cuarentena podían justificar la ausencia ya no de un programa antiinflacionario consistente sino de al menos ciertas balizas que sirvieran para que los privados tomen decisiones con mayor certidumbre. En 2021, no; y es paradójico, ya que el gobierno está haciendo parte de los deberes, en un esfuerzo fiscal y monetario considerable, ajustando el gasto en términos reales y administrando los excedentes de liquidez de manera mucho más orgánica que antes, ayudado en parte por la soja y por el efecto de la propia inflación sobre las cuentas públicas.

Claro que, un punto no menor, en tres meses arranca una elección crucial para el oficialismo. Cuando el mensaje del Tesoro norteamericano se suma a la estratégica balanza electoral del gobierno, ¿qué pesa más? ¿Convivir con una inflación alta pero no explosiva, “liberar” paritarias hasta fin de año e inyectar pesos en los sectores vulnerables o apostar ya a una desinflación lenta, costosa y necesitada de acuerdos políticos imposibles en lo inmediato? Mientras el abismo no esté demasiado cerca, la respuesta es clara.