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Una de las primeras medidas adoptadas por decreto por Alberto Fernández fue apropiarse de USD 4.700 millones de las reservas del Banco Central. Entregó a cambio letras intransferibles, verdaderos papelitos de colores sin valor y que la entidad monetaria nunca cobrará. Pero lejos de ser visto como un escándalo, los inversores festejaron, porque demostró la voluntad del Gobierno de seguir pagando la deuda aún cuando se viene una fuerte renegociación.

Hubo más señales que generaron cierto grado de entusiasmo en los mercados. La ley de Solidaridad Fiscal incluyó un aumento de impuestos que finalmente procura un ajuste de las cuentas públicas. No es casualidad que desde el FMI hayan salido a elogiar las primeras decisiones del Gobierno. Se sabe que el organismo tiene como prioridad absoluta de cualquier programa el equilibrio fiscal. Quedó claro que la nueva administración es consciente de las restricciones presupuestarias, ante el cierre del financiamiento de los mercados y las limitaciones para emitir pesos sin generar un desborde inflacionario.

La suspensión de la movilidad jubilatoria ante el impacto que hubiera generado en el gasto público a lo largo de 2020 fue la medida más discutida, pero al mismo tiempo ortodoxa del nuevo gobierno. Y los inversores también tomaron nota de este paso, que la mayoría de los economistas consideraba imprescindible.

Estas señales, que algunos pueden considerar todavía muy débiles, alcanzaron para que las variables financieras tuvieran un comportamiento favorable desde el arranque de la nueva gestión. Y esa tendencia se profundizó en los últimos días. El riesgo país continuó cayendo, los bonos en pesos volaron ante la decisión del gobierno de no ?reperfilar? la deuda en moneda local, las acciones repuntaron y los depósitos crecieron tanto en moneda local como en dólares.

Foto de archivo. Ministro de Economía argentino
Fueron pocos los que adelantaron este clima de bonanza financiera, con baja del riesgo país, suba de acciones y bonos en pesos y estabilidad cambiaria. Pero no está claro aún si el mercado se adelante a una recuperación de la economía real

Pocos lo hubieran esperado hace solo un mes. Antes del 10 de diciembre, el consejo de una abrumadora mayoría de analistas financieros a sus clientes era quedarse dolarizado y no hacer ningún movimiento. Mantenerse lo más líquido posible ante la incertidumbre por los primeros pasos que terminaría dando Alberto Fernández. Queda claro que aquel consejo fue inapropiado al menos para el arranque de la nueva gestión.

Hasta ahora el verano transcurre mucho más tranquilo que lo esperado por buena parte de la comunidad financiera. No sólo mejoró la cotización de todos los activos financieros, sino que además el dólar no tuvo grandes sobresaltos. El tipo de cambio ?libre? se reacomodó cerca de los $ 75 luego de la decisión del gobierno de imponer un nuevo impuesto de 30% sobre las transacciones en moneda extranjera, lo que dio nacimiento al dólar solidario, que se ubica en casi $ 82. Se supone que con el correr de las semanas el tipo de cambio informal lentamente debería acercarse a este valor.

¿Por qué el dólar libre está todavía 10% más bajó que el solidario? Al tratarse de un mercado sin intervención, se trata de un juego exclusivamente de oferta y demanda. Los sectores informal que normalmente presionan sobre el dólar libre no tienen liquidez por la brutal caída de ventas, como les pasa a los textileros. Y del otro lado están los que precisan vender dólares ahorrados de a puchitos para conseguir pesos para pagar facturas de servicios, hacer las compras en el supermercado o tomarse unos días de vacaciones.

La fuerte expansión de pesos del último bimestre (unos $ 600.000 millones) es indudablemente uno de los argumentos que ayudó para que se instale esta suerte de veranito financiero. Pero el titular del BCRA tendrá una difícil tarea a la hora de decidir cuánto deberá salir a absorber desde fin de mes

El escenario de mayor tranquilidad financiera viene acompañado por otro componente que no puede soslayarse: la gran emisión monetaria que llevó adelante el Banco Central a partir de noviembre. Sólo en el último bimestre de 2019 emitió $ 600.000 millones, de los cuales $ 350.000 millones fueron adelantos transitorios para financiar las necesidades fiscales del Tesoro. Otros $ 200.000 millones fueron para comprar dólares y recomponer reservas.

Esta suerte de bonanza financiera incentivada por la emisión de pesos por parte del Central le permitió al titular de la entidad, Miguel Pesce, cumplir con una promesa de campaña de Alberto Fernández: bajar la tasa de las Leliq, que en un mes pasaron del 63% al 52% anual. A su vez los bancos también se apuraron a bajar la tasa de plazos fijos. Ninguna entidad paga ya más del 40% anual, aunque la inflación pasada y la proyectada se ubican por encima de estos valores.

Miguel Pesce

La reducción agresiva de tasas en medio de una fuerte expansión de dinero podría tener fuertes consecuencias sobre el mercado financiero y especialmente el cambiario. Sin mayor atractivo por colocaciones en moneda local, el gran peligro es que una porción de esos pesos se vayan al dólar. Le pasó a dos banqueros centrales: Guido Sandleris en el verano de 2019 y Federico Sturzenegger en el arranque de 2018. Y Pesce corre un serio riesgo de ser el tercero en enfrentar un salto cambiario por un manejo inadecuado de la política monetaria si la absorción entre fines de febrero y marzo no se lleva adelante adecuadamente.

Más allá de la reactivación financiera, persisten las dudas en los mercados sobre el rumbo del gobierno. Mientras que entusiasman las medidas para ordenar las cuentas públicas, preocupan tanto la profundización del cepo cambiario como los renovados controles a las importaciones vía licencias no automáticas.

Más allá de los detalles coyunturales, la gran pregunta que queda flotando es si este repunte de los activos financieros es un adelanto de lo que vendrá en materia económica. En otras palabras, si los mercados se están efectivamente adelantando a lo que será un ciclo más favorable de la economía. En alguna medida daría la sensación que podría darse ese escenario, sobre todo si el Gobierno es exitoso en avanzar con la renegociación de la deuda. Según el ex secretario de Finanzas, Daniel Marx, la propuesta debería obtener una aprobación no menor al 85%. Esto daría la indicación de un acuerdo amigable con los acreedores y permitiría que los nuevos bonos emitidos en dólares salgan con una tasa inferior al 10% anual. Esto permitiría recuperar el acceso al financiamiento y establecer un nuevo techo para el riesgo soberano. Pero no será fácil conseguir un acuerdo tan redondo, mucho menos para fin de marzo.

Luego aparecen otras variables que también conviene tener en cuenta, relacionadas con el rumbo general que adoptó el gobierno de Alberto Fernández. Las mayores restricciones cambiarias, los congelamientos tarifarios y el regreso de los canales de aprobación previa para las importaciones remiten a tiempos no tan lejanos.

Ya todas esas fórmulas fueron probadas y llevaron a la economía argentina al fracaso. Lo mismo puede decirse sobre el fuerte aumento de la presión fiscal y el gigantesco nivel de gasto público ¿Por qué ahora deberían funcionar bien? Si son medidas de emergencia pueden llegar ser justificadas. Pero el pasado revela que es muy difícil desarmar semejantes controles. Pueden ser útiles para evitar crisis mayores, pero es mucho más difícil que permitan a la economía recuperar la senda de crecimiento sostenido.