La fiebre del oro de los inversionistas: cuando pensar demasiado también cuesta caro
La utilidad del metal amarillo como cobertura contra la inflación es cuestionable.
Cuando el precio del oro se mueve, los sabios de los mercados se llevan la mano al mentón y se movilizan para descifrar por qué. ¿Qué nos está diciendo? ¿Qué significa? Háblanos, antiguo y brillante elemento de nuestros antepasados, porque en ti reside la sabiduría y la verdad.
Si uno lo piensa bien, es un poco extraño. Es solo un metal -bonito, sin duda-, pero no particularmente útil. Sin embargo, despierta algo más profundo y ocupa un lugar especial en el corazón de los inversores, tanto profesionales como minoristas. Para los verdaderos creyentes, es más que una inversión: es un modo de vida, el pilar de toda una identidad. Solo el mundo cripto puede rivalizar con él en ese sentido.
El enorme ascenso del precio del oro este año ha sido, por tanto, fuente de entusiasmo y objeto de extensos análisis, como si entender por qué subió nos permitiera aplicar ese conocimiento a estrategias de inversión más amplias. Yo sostengo que esto representa un brote global de exceso de análisis.
Esto no significa restarle importancia a la magnitud del alza. Hasta comienzos de esta semana, el precio de referencia había subido un 66% solo en 2025, dejando atrás a los mercados bursátiles. El pico rondó los U$S 4.400 por onza troy. Espectacular, sin duda: felicitaciones a quienes apostaron por este activo.
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Pero, bien, ¿por qué? A esta altura, los argumentos centrales -todos muy plausibles- son conocidos. Los precios comenzaron a subir de forma bastante constante desde septiembre de 2022, unos meses después de la invasión a gran escala de Ucrania por parte de Rusia y, crucialmente, después de que las autoridades estadounidenses congelaran los activos en dólares de Moscú. Es lógico que otros países busquen reducir su exposición al dólar y trasladar parte de sus reservas a oro, para protegerse de un destino similar si EE.UU. decidiera sancionarlos por algún motivo.
Sin embargo, este año han surgido muchas explicaciones a posteriori: que los inversores institucionales temen tanto a la inflación -o, más precisamente, a gobiernos fiscalmente irresponsables que licúan sus deudas- que se refugiaron en el oro como alternativa. A esto se lo suele llamar, en términos generales, "devaluación".
Ciertamente, algunos inversores están aumentando su exposición al oro como cobertura frente a malos resultados en los bonos soberanos o, en un sentido relacionado, en las acciones. Pero la utilidad del oro como cobertura frente a la inflación es frágil, y todo esto pasa por alto el principal motor de su reciente escalada: el irresistible atractivo de una línea en un gráfico que sube y se inclina hacia la derecha.
Aquí conviene considerar cuán popular se ha vuelto el oro entre los pequeños inversores que prueban suerte -un grupo que, en conjunto, explica gran parte del aumento del precio.
En el Reino Unido, la demanda es tan intensa que el sitio web de la Royal Mint -donde se pueden comprar metales preciosos del tamaño de una tarjeta SIM hasta el de un lingote completo- ha estado al borde del colapso.
Cualquiera que intentara ingresar al sitio desde su sofá mientras Strictly Come Dancing estaba al aire el sábado pasado habría visto un aviso que decía, en esencia: "El sistema no responde". Los compradores potenciales debían esperar en una fila antes de poder realizar una operación.
Stuart O'Reilly, gerente de análisis de mercado en la Royal Mint, me dijo esta semana que el tráfico del sitio era aproximadamente el doble que en octubre pasado y que el valor de las compras se había cuadruplicado. Las monedas -exentas del impuesto a las ganancias de capital- fueron la adquisición más popular. (Por si se lo pregunta, una moneda soberana cuesta unas 800 libras; pueden enviársela por correo o guardarla en una bóveda. Esto último es recomendable si elige una moneda Britannia, que actualmente ronda las 3.500 libras).
Los sistemas de cola no son tan inusuales, aclaró O'Reilly, pero suelen emplearse en lanzamientos de nuevos productos o en picos de demanda esperados. Esta vez no es así.
"Los últimos días tomaron a todos por sorpresa", dijo. "El principal problema es la disponibilidad del producto. Estamos tratando de mantener el sitio abastecido de monedas." Según él, una de las causas es la preocupación por la sostenibilidad de las ganancias bursátiles. Otra, simplemente, el impulso del momento.
La regla más cierta de los mercados es que los precios suben cuando hay más compradores que vendedores. En este momento, la Royal Mint tiene diez compradores por cada vendedor; normalmente la proporción es de tres a uno.
Con todo eso, no sorprende que el precio del oro se haya vuelto un poco inestable en los últimos días. Un frenesí de demanda así rara vez dura para siempre, y aún menos sigue una línea recta. Tras alcanzar el pico cercano a los U$S 4.400, el precio cayó por debajo de los U$S 4.100 hacia el final de la semana.
Es solo un rasguño. El valor regresó al nivel de mediados de mes. Muchos inversores, institucionales y minoristas, siguen sentados sobre ganancias considerables. Suerte para ellos.
Pero en lugar de construir complejas teorías sobre la devaluación de las monedas fiduciarias o el reinicio del orden geopolítico, a veces las explicaciones más simples son las mejores. El antiguo tesoro de nuestros antepasados nos está diciendo algo, y ese algo es: "La línea sube".