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 El Cronista Comercial

Sin rumbo claro no habrá macroeconomía solvente

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La situación de la economía argentina es compleja y preocupante, desde hace bastante tiempo. En lo que va del siglo creció 0,8% anual, ocupando así el puesto 153 entre 179 países. Muy pocos argentinos conocen y aceptan este crudo diagnóstico, lo que impide diseñar y practicar políticas eficaces y lograr acuerdos para su continuidad.

Desde hace varias décadas, carecemos de un rumbo económico y social claro. Gobiernos muy diversos no lograron aunar el crecimiento y la inclusión social, al priorizar uno de ellos sin conseguir resultados duraderos. Habituada "desde siempre" a situarse entre los primeros 30 países por su producto per cápita, en dólares comparables, la Argentina cayó en 2019 al puesto 62 entre 179 países, y empeorará con la Covid, porque su performance en 2020 será de las diez peores del mundo en países comparables. Causas cruciales de esta declinación han sido la insuficiente inversión, hasta llegar hoy a un escasísimo 13% del PIB y ocupar hoy el puesto 170 entre 184 países y, por otro lado, una apertura económica bajísima (31% del PIB), ubicada en el puesto 163 sobre 170 países. Sin corregir ambas cuestiones– gradualmente en la apertura comercial- será imposible sostener el desarrollo y la inclusión.

Los equilibrios macro muestran también una larga tendencia declinante, con esporádicas mejoras. Así lo muestran la alta inflación, crónica luego de haber derrotado ¡12 planes! de estabilización, resultante de un déficit fiscal también crónico, una fuerte puja distributiva, un gasto público muy alto y de baja productividad y un sistema tributario anti-crecimiento y regresivo, con alta presión tributaria, evasión crónica casi siempre perdonada, y muchos impuestos autóctonos, contrarios a la inversión y a las exportaciones.

Como si semejantes mochilas fueran pocas hay una más, y quizás la más pesada: ser un país bimonetario. El uso del peso se limita al pago de impuestos, al gasto público y a transacciones menores. El dólar es excluyente para ahorrar, invertir o aun comprar bienes durables. El "pensar en dólares" se ha ido extendiendo y dificulta seriamente los planes de estabilización.

La fuga de capitales oscila, pero es constante. Los activos identificados de los argentinos en el exterior -excluyendo la inversión directa- suman la friolera de u$s 250.000 millones, cifra que sería bastante mayor, superando al PIB actual, si lograran contabilizarse los activos no declarados. Logrando gradualmente su repatriación productiva, la inversión podría aumentar 5 puntos del PIB durante no menos de 20 años e instalarse en un decoroso 20%: otro país.

Basándose en un diagnóstico de este estilo, que muestre que nos estamos cayendo del mapa global, sería conveniente comenzar definiendo un rumbo claro, una tarea técnicamente más sencilla que diseñar y lograr una buena macro de corto plazo que, además, tiene pocas chances de éxito en ausencia de rumbo. Más aún, su definición impulsaría la recuperación de la economía, facilitando así también la macro de corto plazo.

La directora-gerente del FMI, Kristalina Georgieva, dijo hace pocos días que espera negociar con el país "tanto tiempo como sea necesario para que Argentina tenga claridad sobre sus objetivos de medio plazo". Más claro, el agua. El FMI está lejos de fascinarme, quizás por haber negociado cinco años seguidos con sus autoridades. Pero esta vez creo que acierta al decir, con Hans C. Andersen, que "el rey está desnudo".

En el marco del proyecto Productividad Inclusiva (PI), del IAE Business School y la Facultad de Ciencias Empresariales (Universidad Austral), venimos insistiendo en la necesidad de lograr, simultáneamente, productividad e inclusión. Sin productividad, la inclusión no puede financiarse, y sin inclusión la productividad no es equitativa ni viable social y políticamente.

La PI permitiría una recuperación sostenida de la Argentina. Nuestra propuesta de políticas se basa en un trípode.

1) Aumentar en calidad y cantidad la inversión en capital humano y en capital físico, generando así un aumento sostenido de la productividad,

2) Generar de tal modo un aumento sustancial del empleo formal y

(3) Abatir así la pobreza y reducir la desigualdad. Obviamente, la PI necesita respetar los derechos de propiedad, de pobres y ricos y defender la competencia.

Nos espera otro año complejo. La pandemia sigue en pie, aunque con la esperanza no menor de las vacunas y, además, habrá elecciones de medio término, decisivas para el futuro. Las encuestas preanuncian resultados reñidos. Al parecer, la vicepresidenta Cristina Kirchner presiona por aumentos tarifarios de un dígito y medidas análogas, en oposición a las ideas del ministro de Economía. Pero, con independencia de esto, es obvio que necesitamos un programa económico renovador y equitativo que atienda la macroeconomía de corto plazo, incluyendo la cuestión cambiaria, la inflación, el déficit fiscal y la solvencia de mediano plazo del país.

Pero también es necesario definir un rumbo claro similar a la PI porque, además de ser necesario para el país, será imprescindible si, como parece, la Argentina busca cancelar el stand by vigente con el FMI y reemplazarlo por un Acuerdo de Facilidades Ampliadas.

Cuanto más claro sea el rumbo que se adopte, más crecerá la economía y, por ello, se reducirán los costos sociales de la política fiscal. "De paso", se facilitaría un acuerdo en serio entre los principales partidos políticos, empresarios y trabajadores.

La opción que enfrenta el Gobierno es bien clara: hacer la de siempre o algo nuevo. Lo habitual sería postergar decisiones conflictivas y "timbearse" al "viento de cola" de la soja a u$s 460 la tonelada y rezando para que la Niña castigue a los otros productores, pero no a los argentinos. Lo nuevo sería definir un rumbo claro, similar a la productividad inclusiva, sin postergar lo que haya que hacer, y apostando así a 2023, y no tanto a 2021.